VI
ATRIBUTO DEL SUPREMO
Lo cual, si se lo hace en un auto, y con mayor tilde todavía si éste es de Fórmula 1: lo más seguro es que muy pronto empiece a acrecentarse la admiración por este sujeto, que luego, se torna en fama.
Es el origen de los pilotos famosos que todo mundo respeta y que las mujeres adoran: conlleva, casi siempre, también el fenómeno de abultar la cartera del dinero y de pronto, los hace sentirse –como verdaderos– reyes del mundo.
Ha habido los más diversos monarcas en esta categoría de carreras, que, marcando sus propias pautas producen el efecto de que, no hay un campeón, igual a otro.
Juan Manuel Fangio era un hombre más bien callado, iba con pausa y al mismo tiempo, con grande elegancia. Su primera corona se la puso cuando contaba los 40 años.
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No por eso se va a decir que era un ser viejo; pero sí que estaba en otro estado de madurez mental, comparado con el alemán Sebastian Vettel que tenía poco más de 23 años cuando ya era declarado por primera vez, amo del mundo.
Un axioma personal, pinta de cuerpo completo al argentino: “las carreras se deben de ganar a la velocidad más baja posible”.
Fangio y Vettel han sido de ese tipo de campeones con una vida personal más bien discreta. Apacible. Se han dejado admirar, pero no responden con aspavientos.
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Si de humildad se trata al ser el más admirado, parece que Jim Clark se lleva las palmas.
Ha sido paradójica aquella noche en una recepción muy elegante en Londres de la que confesó que, en todo momento, estuvo incómodo…
…La gente no paraba de mirarlo y Clark, sabía que tenía una mancha en la camisa blanca que llevaba puesta.
El de Balcarce, Argentina, murió de ancianidad en su cama.
J. Clark, en cambio, se mató encima de un F2, en Hockenheim por 1968, yendo a toda velocidad.
De alguna manera lo explica, la pasión por la victoria de cada cual.
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Ayrton Senna, tenía muchas cualidades y una sobresalía entre el resto: el misticismo.
Al contrario de Fangio, el paulista era dado a la prisa. Ser el primero. Ganar e ir más rápido como casi, la única razón de vivir: era obvio, que iba a encontrar a la muerte corriendo.
En 1994, en Ímola, hizo válido el pronóstico.
La frase notable –e inolvidable– de Ayrton es lapidaria: “ser el del segundo lugar es ser el más derrotado de todos”.
Quería decir que al que llegaba enseguida a la meta, el primero lo había desnudado; de suerte que quienes seguían hacia atrás, en realidad ya no eran nada.
Es tan cruel el último veredicto que hace este deporte, que, en efecto, quien no gana, no cuenta…
Aquello de competir, sin que importe el resultado es una valoración que aquí, no vale.
Jackie Stewart se dijo en un momento dado, que había que parar y se detuvo al llegar a las cien largadas para ocuparse después, como activista, a favor de que mejoraran las normas de seguridad en su deporte.
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Convertido ya en una persona mayor venerable, Jackie sigue cuanto Gran Premio puede, cerca de lo que fue su pasión, pero ya sin mojarse las manos. Tal cual, como alguien, que fue adicto.
Parecido a la elección de Alain Prost. Quien, de manera sutil, ha querido seguir siendo “el profesor” y se puso al frente de un equipo en esta época ya como “ejecutivo” –algo que duró hasta casi el final del año que recién terminó– .
Por medio de una actividad, tirando a ser más discreta, Niki Lauda siempre siguió cerca de las competiciones; pareciendo decir «ya me voy» pero no lo hizo nunca.
Fernando Alonso es un deportista –y monarca– que ha destinado mayor atención a sus ingresos y a veces, deja correr sus lamentos por no haberse ocupado más en seguir ganando carreras.
Nelson Piquet triunfaba en muchos GP, pero para él, era mucho más gratificante ganar los corazones de las mujeres –así como la Lingerie de ellas– y lo presumía, hasta casi dar lástima.
James Hunt era todo disipación.
Las cantidades de dinero que le llegaron al inglés, las invirtió en la compañía de las chicas deslumbrantes, mucho Champagne, cigarrillos a pasto y cualquier otra cosa que se le antojara. Un poco de su capital sí que lo gastó en comida, y en medicamentos. El corolario ha sido que murió casi pobre…
Se fue del mundo, fulminado por una falla al puro corazón.
Nigel Mansell era muy simpático. Trabajador y obcecado como pocos. La gente lo adoraba.
Cómo olvidar que, al anunciar su retiro, se saturó como nunca antes el sistema de correos británico porque sus paisanos le rogaban que prosiguiera.
Lo querían para siempre porque era bonachón. Amante temeroso de su esposa; pero así mismo, falto de idolatría vuelta fanatismo del verdadero.
Fue un gran hombre, pero en ningún momento llegó a ser incondicionalmente endiosado.
Como sí que era: Jochen Rindt, coronado campeón después de muerto.
Más cerca de estos días, ha habido otros que han sido entronizados y pronto se apagó su encanto.
Ha sido el caso de Jenson Button o de Nico Rosberg quienes dejaron pendiente refrendar su grandeza.
Más parecidos a los cometas famosos…
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En cambio: Michael Schumacher con siete coronas en la testa, llegó a cambiar los esquemas de la Fórmula para siempre. Era una corporación que funcionaba como sistema solar.
Alrededor suyo bailaba La Casa Ferrari, los ingenieros, los publicistas, su entrenador y todo el mundo.
La sensación que dejó al marcharse –subido en sus esquís– fue fatal, pareció que nunca habría uno más grande que él.
Sin embargo, está ocurriendo que se experimenta una nueva era, constituida por pilotos de crianza.
En efecto. Llegó una generación de corredores para los cuales, sus padres o sus mentores, decidieron que deberían de ser pilotos de la F1, para enriquecer.
Y por lo mismo, apenas habían acabado de aprender a caminar, y ya estaban encima de un cochecito siendo preparados para el asalto al futuro.
A esta nueva hornada –de incubación– pertenecen: Sergio Pérez, Max Verstappen y también Lewis Hamilton.
Lo quiera uno o no, recuerdan la hechura de un Frankenstein. Como moldeados por el hombre, a voluntad.
El caso de Hamilton es tan patente, que su padre lo bautizó como Carl Lewis, haciendo alusión al nombre del atleta de la gran velocidad y los saltos imposibles; que en las décadas de los años ochenta y noventa se ganaba todas las medallas olímpicas.
Un destino manifiesto que felizmente se pudo cumplir y a ese mandato, del que el mismo Hamilton, ha aprendido a irse liberando.
Por ello es tan excéntrico, reclamando que quiere construir un sueño propio. Hacer su leyenda.
El caso del mexicano no ha estado a la altura de las expectativas, precisamente porque el piloto tardó mucho en aceptarse. No hace tanto, aún él confesaba que quería haber sido futbolista.
Su padre y el principal patrocinador detrás de él, apretaron de más los fórceps.
Quizás, si hace años lo hubieran hecho partícipe de las mieles de manera más directa, SP hubiera metabolizado mejor el compromiso en el cual se lo encorsetó.
Max –el holandés– es el ejemplo más evidente de esta creación, casi InVitro, de los nuevos campeones.
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Jos Verstappen su padre, lo designó para esa función única. Y su marcha ha consistido en la de ir rompiendo marcas de precocidad.
El más joven en debutar. El más nuevo en hacer puntos por primera vez. Quien primero ganó una carrera…
Aún no cumplía los 18 años cuando ya estaba subido, igual que un hámster, girando sin parar dentro de su jaula.
Son muchachos que en realidad tienen una infancia incompleta y su primera juventud está más cerca de ser esclavo, que de hombre libre.
Han vivido bajo el cuidado físico de cada uno de sus músculos, en constante valoración. Y así, la alimentación como las horas de sueño y de vigilia. Su grado de comprensión de las cosas que pasan, no importa. Su aprendizaje y su cultura, tampoco.
Están como un poco enceguecidos por la parafernalia de esta profesión.
Ni bueno. Ni malo. Tan simple, como que es un modo muy diverso de que nazca y crezca un héroe.
Y así, una a una las estrellas de la F1 van desapareciendo, para que lleguen las siguientes al relevo.
Al principio de los tiempos: el campeón era porque se hacía con el ramo de olivos superando al resto. Porque los dioses del Olimpo, les adornaban la cabeza rodeándola con ramas de laureles. Como ejemplo para los demás, ocupando el lugar del héroe que ganaba una guerra.
Pero su motivación era nada más por esa corona. Un vellocino de oro. Un símbolo.
Falta ver lo que ha de seguir…
Se ha mencionado a:
FANGIO (1911-1995)
CLARK (1936-1968)
RINDT (1942-1970)
STEWART (1939)
HUNT (1947-1993)
LAUDA (1949-2018)
PIQUET (1952)
MANSELL (1953)
PROST (1955)
SENNA (1960-1994)
SCHUMACHER (1969)
BUTON (1980)
ALONSO (1981)
ROSBERG (1985)
HAMILTON (1985)
VETTEL (1987)
PÉREZ (1990)
VERSTAPPEN (1997)
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