III
AÑO A AÑO
Sí habría que hablar de «las guerras en la paz». La feliz etapa del HomoLudens…
Los enfrentamientos que nacieran y fenecieran en un estadio o en una cancha equis. Principio y fin, una vez que la autoridad deportiva en cada caso, diera la señal de que la contienda había terminado y pronto, se verían otra vez las caras los protagonistas, así como sus seguidores.
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En ese contexto nace de manera oficial la Fórmula 1 como el nicho en el cual reunir las gratas experiencias de las carreras sobre autos, que se jugaban por aquí y por allá.
Los europeos sabían mucho de tal tópico.
En Alemania, en Francia, en Italia y sobre todo en Inglaterra, se habían experimentado ya con todas las modalidades que fueran posibles las competiciones sobre vehículos con motores de combustión interna.
Así pues, no causó ninguna novedad para los conocedores de ese mundillo, en el Viejo Continente, comenzar a saber y transmitir lo de los Grand Prix.
En especial, porque se podía trabajar en proyectos muy serios haciendo como que se jugaba.
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Las empresas de los automóviles lo captaron enseguida. También las que hacían neumáticos de hule y las que refinaban benzina para alimentar a las máquinas en su sed demencial.
Muy pronto, hombres de negocios ocupados en especialidades tan diversas como era fabricar bujías para el encendido de los motores o baterías eléctricas, lo entendieron de maravilla.
Las compañías con mayor o menor claridad destinaban inversiones y gente a sus divisiones deportivas.
En la quinta década del siglo que, no hace tanto pasó, ha sido que nace la categoría suprema y a poco de su alumbramiento ya era muy consentida por marcas como: Alfa Romeo, Cooper, Maserati, Lancia, Simca y Talbot, entre otras: que entraban en acción con presupuestos establecidos y llenos de gran formalidad.
Particularmente fue que ahí estaba Enzo Ferrari, con sus caballitos rojos, para darle la batalla a todos.
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Clave este factor, porque Ferrari no sólo había sido piloto y era muy respetado por su tenacidad: lo mismo que por ser el dueño de una cierta obsesión por ganar las carreras.
Mas sobre todo porque él enarboló –desde siempre– un sueño fenomenal que iba a hacer realidad: la construcción de los coches más bonitos y buenos que se pudiera, para rodar con frenesí y derrotar a todos sobre las pistas.
Ahí, en el taller inglés donde hacían los BRM lo sabían. Como estaban enterados también los alemanes de Mercedes Benz, y los franceses de Renault.
La fama de Ferrari y sus máquinas en un santiamén había llegado a América y pasados unos cuantos años, era cosa que medio mundo ya conocía: la sensualidad, la emoción, la belleza, el vértigo, lo deportivo y el triunfo que se podían aludir con una sola palabra mágica: Ferrari.
Ser como los de esos coches italianos, o ser más, o hasta un poco menos: era la ocupación y la preocupación de muchos hombres de mundo.
Estaba puesta la semilla.
Luego, había que aliarla al encanto de esa utopía que estaba en el despegue de lo más celestial del planeta, el colmo de la elegancia y el SavoirFaire: Mónaco.
Dos elementos que combinaron de fábula con Indianápolis en los EUA, aunque las carreras americanas no tuvieran pegada con las amas de casa ni con el hombre rubio de la clase media: pero, lo que ya no se iba a discutir, sería que se le había dado pasaporte universal a esta disciplina deportiva.
Se va a repetir que la categoría dio comienzo a la mitad exacta del siglo pasado. Fue por entonces su primer curso completo.
Desde esas fechas se juegan igual, una por una, todas las temporadas, hasta encontrar a la que ahí viene, que será la del 2022.
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Suman 72 años ininterrumpidos de Grandes Premios; para llegar al número 1,058 en Baréin, el domingo 20 de marzo venidero.
La Fórmula Uno desde que nació, fue un espectáculo que siempre estuvo descansando en grandes hombres de negocios y sus fortunas.
Pero también trata, primero que nada, de la victoria.
Y…de aquí, a la eternidad…
¡A Mil Por Hora!
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