Quien se ostente o por acaso se crea buen aficionado a este deporte maravilloso debe de tener en cuenta que si lo reduce al ámbito de su país, lo está condenando a volverse un ombligo que nadie va a ver y que no sirve para nada.
La Fórmula de la magia y del vértigo ha sido una historia que empezó en 1950 y que siempre adujo su universalidad.
Los campeonatos de la F Uno son mundiales. Ese fue su signo original y por ahí ha seguido impávida.
En cierto momento como ocurre en Las Olimpiadas o en los Mundiales de Futbol, lo importante es la victoria. Las anotaciones que se consigan y los hechos nuevos que se marquen, porque son lo que al final de cuentos es lo que de verdad cuenta.
Atrapar la grandeza, es en realidad una circunstancia conexa a las hazañas contantes y sonantes.
Hay nacionalidades muy importantes para esta disciplina, como es el caso de Nueva Zelanda que le ha dado mucho a la Fórmula para que sea, y jamás, han tenido una carrera en su suelo. La afición neozelandesa es tan nutrida como la colombiana o la noruega, porque este deporte extremo tiene más que ver con la meritocracia y la tecnología de mayor exquisitez.
En esta segunda época de carreras en este país no hubo pilotos mexicanos y ello no influyó para que el público desmayara.
Por el siglo XXI se ha tenido la experiencia con dos pilotos en las pistas, y la verdad sea dicha que las cosas no han sido diametralmente distintas.
Otra cosa es, cuando un gran corredor ya se ha vuelto ciudadano del orbe y lo poseen por igual los italianos que los de Australia.
Es el caso de Pedro Rodríguez.
Un espíritu que será referencia para el arte de correr muy rápido en cuatro ruedas, independiente de dónde y cuándo sea.
VERSIONES DE: Ángelo della Corsa © 2018