El aficionado de hoy tiene la oportunidad de considerar en especial a este deporte que es una majestad, y de considerarse , a sí mismo.
Ya que, a diferencia de cualquier otra disciplina del espectáculo: la Fórmula 1 no acaba con un marcador tres a cero o equis contra ye.
También hay ganador y perdedor, pero en los meandros de su actividad lleva implícitas otras palancas que tienen que ver con la especie humana. Y es, el interés por y para los autos.
Para nadie es una novedad el tópico tan sobado que reza que en las pistas de El Circus, se han puesto a prueba y desarrollado un sin fin de adelantos que tienen que ver con el avance de los coches de la calle. Sí. Los que usted maneja.
Desde los espejos retrovisores así o asá o los cinturones de seguridad y ni se diga los frenos de disco, las suspensiones activas, las cajas de velocidades pre-cognitivas y sabrá dios cuántos aditivos y lubrificantes que acaban siendo consumidos por todos los hijos de vecinos.
El auto que era un personaje solitario en las calles de París o de Roma a principios del siglo XX, se ha transformado en una plaga de las grandes ciudades, que se han venido amoldando al crecimiento del número de vehículos, en vez de inhibirlo.
Millones y millones de carros que se han producido en las tres décadas más recientes, no son una mentira. Son en todo caso, una inundación híper-mega-súper contaminante para el planeta, porque además de todo, son una fuente de producción de gases nocivos.
Pues la F Uno, es también esa vitrina que hace más apetitoso tener un coche y andar a raudales sobre él por todos los caminos.
Por eso se dice que los Ferrari y ahora los Mercedes o los McLaren, son "aspiracionales". Todo el mundo quisiera poseer uno y conducirlo como lo hace Hamilton.
¿Eso hace malo a nuestro dilecto deporte? No.
Sucede como con todas las costumbres, lo malo no son ellas. Lo terrible, somos nosotros con nuestros deseos sin control. Lo dado que somos a la enajenación.
Se antoja mucho que después de ver las carreras se recomiende hacer ejercicio y hacerlo. Que el lunes siguiente, vayamos al trabajo en tren o en transporte colectivo.
Para dejar a los bólidos como esa cosa abstracta que son también los grandes pilotos. Una ilusión.
Algo y algunos, a quienes admirar sin por eso, ponernos sus zapatos, en automático.
Saber de la competición y disfrutarla, pero como adultos. Siendo críticos, es decir, usando el criterio por encima de todo.
No por llevar a nuestros nietos al circo tenemos que hacer de nuestra vida una payasada o colgarnos del trapecio sin usar red, en vez de ser prudentes.
Ni tanto que queme al santo... ...ni tanto que no lo alumbre.
Así decían nuestros padres y eran adoradores de Fangio, sin mayores estragos.
¿En qué momento se fregó este mundo?
VERSIONES DE: Ángelo della Corsa © 2018