¡A Mil Por Oda!
Cuando la gente más disimula sus temores es porque llegó la hora en la cual debe de resonar con más fuerza
la voz de los héroes que le pertenecen.
No de los que se guardan en los libros de la historia oficial: sino de los hombres privilegiados
que perviven frescos en la mente de todos nosotros
por su bravura.
He aquí el caso de aquel que marcó una época de gloria: empezando su carrera,
triunfando por el mundo y al final,
con la muerte más noble de todas.
Pedro Rodríguez
el más grande piloto del automovilismo mexicano nos oye…
…Y él, apenas si escucha el rugir de mil caballos, bramando, como la sinfonía
que nadie más ha podido sentir.
Un coche azul de adornos en color naranja pasa raudo por Sebring,
por Daytona,
por Le Mans.
Va en su acto categórico, contra otras naves bufando enloquecidas por una cinta de pavimento,
donde nada más la suya será la que quepa por el hueco abierto al llegar al siguiente doblez,
a la curva inverosímil que lo espera.
Es él.
Pedro el Grande en su alarido cual el mantra más poderoso:
para estar más vivo que nunca.
¡Y siempre!
¡ P E D R O !
Pedro Rodríguez con el estruendo que lo incendió y lo hizo el primero y el único en llegar a la victoria imposible.
Él, que con su emoción nos reconcilió a todos por ser el más generoso.
El invencible en la noche o cayendo la lluvia.
Hasta el más tímido de los espectadores exhaló con él la arenga que no termina.
Pedro Rodríguez se dirigía a los cielos: y entonaba ese himno que reza, que a nada hay que tenerle miedo.
Nunca más.
Que no haya límite que no se pueda superar.
Que no exista el rival al que no se pueda vencer.
Y así lo hizo.
Todo lo traspasó más allá de lo probable.
Expuso más de lo preciso metro a metro dentro de la cabina de su auto.
Capaz de mirar al frente Pedro Rodríguez de la Vega
levita.
Pedro.
Se levanta de nuevo frente a nosotros.
Pedro Rodríguez…
…Sabe que no tiene a nadie cerca y por los espejos no ve a alguno.
Va enardecido hacia la meta para lograr el más grande de sus triunfos.
Ahí y entonces, culmina su obra: la largada perfecta, el intermedio impecable
y ese cierre majestuoso…
…Sin sentir ni la menor lástima por el contrincante que ya ha dejado detrás.
Allá está en su catafalco de ultravanguardia tecnológica.
La caja de lámina.
El lecho de madera balsa con pedazos de hierro.
Su corcel que galopa a más de 300 kilómetros por hora, un Porsche azul en el olvido.
Es de noche en la carretera.
Es el sol de la pista.
Es el cielo de un circuito que guarda en su memoria.
No importa.
Que no importe nada porque Pedro Rodríguez espabilado desboca de nuevo hacia la fama.
Va a ganar aquella carrera que impedirá ser, nunca, tirado al olvido.
Descarga hasta lo más íntimo el acelerador y redobla su vértigo por encima de lo previsto.
Vuelve a acelerar.
Y todavía más…
Se sume sumiso, más allá del abismo, sin que le importe el riesgo.
Sale de sí.
Toda su vida, se mantuvo despierto por la soledad en busca de los laureles.
Por el afán que lo hacía correr hacia el peligro mortal y el abandono.
Esa premura formidable por vivir para siempre.
Dentro de la chamarra azul clara de Pedro Rodríguez, nada más,
queda su borroso recuerdo rodeado por la muchedumbre
que se escurre en la oscuridad poco a poco.
Alrededor de él, se ve a sus mecánicos con la cara larga;
y también hay alguien que a lo lejos agita una banderola
en verde,
en blanco,
en rojo.
Él
aprieta de nuevo la mandíbula y la saliva ya le sabe a vida eterna.
En su pecho está esa tranquilidad que da la conciencia, de que,
lo consiguió todo,
para nosotros.
Alza los brazos, como dueño del universo: y deja detrás de sí al mundo.
Todo ha quedado sin valor.
Todo se detiene en el instante.
Él, oye el canto.
Vio a su hermano.
Recuerda a la casa.
Y también a un amor pasajero.
Ha cruzado el fin del principio.
Toca con el dedo índice la gloria antojadiza, hecha nada más para quienes son los elegidos.
Una botella gigantesca de champaña se derrama.
Su gran premio –el más grande– ha sido
ser el relámpago fugaz.
Más veloz que nunca ha llegado otra vez, hoy, aquí,
para recordarnos que no hay amenaza que sea capaz de infligirnos la derrota.
Sus primeros cincuenta años, ajeno, pasaron alados.
Como pasa todo lo que pasa.
Ese coche azul de adornos en color naranja con sus letras y su número
impresos con buril en nuestros corazones,
ya lo dijo todo...
Ángelo della Corsa
México. 11 de julio de 2021